Desde la antigüedad el avance
en las condiciones de vida de la humanidad ha estado directamente ligado a la
capacidad para adaptar las riquezas naturales del entorno y convertirlas en productos elaborados
mediante el consumo de energía, buenas ideas y destreza técnica. Todo este
proceso (denominado industrialización) y de la manera como ha sido gestionado
es lo que ha permitido que algunos países sean conocidos como potencias
económicas. Pero hoy en día la industrialización es condición necesaria, pero
no suficiente, para alcanzar crecientes niveles de riqueza y desarrollo de un
país, porque existe un sector de servicios, que no es sustituto del industrial,
sino el complemento del mismo y que se ve reflejado en los logros de las metas
y en el cumplimiento de las normas y exigencias ambientales. Pero para que esto
funcione no debemos perder de vista dos aspectos importantes, el primero es
analizar la experiencia de otros países nos muestran claramente, que una de las
causas de su crisis son los costes de mano de obra y una rigidez laboral no
equiparable al valor añadido que proporciona una producción excesivamente
especializada y obtenida con tecnología madura. Está claro que para seguir creando
riqueza hay que diversificar la economía hacia productos de alto valor añadido,
y la solución más eficaz es fomentar la innovación que repercute positivamente
sobre el incremento de la productividad y la competitividad de las empresas; lo
cual mejora a medio o largo plazo la situación del mercado de trabajo local y,
por tanto, el bienestar de los ciudadanos. En segundo lugar, considerar los problemas generales
de nuestras empresas, especialmente de la PyMES que utilizan tecnología
convencional, generalmente de proceso, para fabricar productos homogéneos
(indiferenciados, estandarizados, comunes o de bajo valor añadido) que
comercializan básicamente en el mercado nacional; siendo pocas las empresas que
tienen un marcado carácter exportador.
Los empresarios y
directivos concentran sus esfuerzos en disminuir los costes de producción, para
ofertar los productos en el mercado a un precio igual o inferior al de la
competencia. La mayor parte de empresas peruanas no solo invierten poco en
investigación y desarrollo, sino que tampoco colaboran con la universidad para
obtener tecnología, al considerar erróneamente que ésta vive aislada del mundo
real, lo que le impide comprender los problemas y necesidades de la industria.
Las empresas que solo actúan en este sentido son las llamadas a desaparecer
porque siempre habrá quien lo pueda hacer más barato. En ese sentido, el
directivo no se considera responsable directo de los malos resultados
ocasionados por una gestión anclada en valores y productos del pasado, y no
quiere reconocer que el problema de la competitividad tiene como una
alternativa eficaz la producción de bienes o servicios con alto valor añadido.
Y para lograr esto se requiere de trabajadores cualificados con una elevada
formación, porque ellos constituyen el capital más importante en una empresa y
uno de los pilares básicos de su
estrategia competitiva. La formación en nuevos modelos de dirección empresarial, la toma de decisiones con
el uso adecuado de herramientas, el cumplimiento de las exigencias de seguridad
laboral, el respeto por el entorno, etc., son hoy en día factores primordiales
en una gestión moderna que permitirá al tejido empresarial y social incrementar
su capital técnico, su capacidad innovadora y su competitividad.
Las empresas no deben
olvidar que la universidad, por su propia naturaleza y funciones, constituye
siempre una de las más destacadas instituciones de investigación, y es un
elemento que no debe faltar en su plan estratégico.
Dr.
Maximiliano Arroyo Ulloa
USAT