viernes, 8 de febrero de 2013

Las islas urbanas de calor


Con el incremento gradual del CO2 en la atmósfera, existe la posibilidad cada vez más certera de hacer difícil nuestro vivir en ciudades que se han generado sin quererlo un “plus de calor”, trayendo como consecuencia efectos negativos en los niveles de vida de las poblaciones. A estas ciudades se les denomina “islas urbanas de calor”. Según  el Hadley Centre for Climate Protection  con sede en Londres, se ha determinado que en promedio las ciudades emiten aproximadamente  20 Watt de calor por metro cuadrado, cantidad que fácilmente puede alcanzar los 60 Watt de calor por metro cuadrado, de seguir con esta tendencia creciente de emisiones a la atmósfera.  El fenómeno tiene su origen en: el número cada vez mayor del transporte público y privado; las emisiones contaminantes; y el crecimiento habitacional.

Fue Luke Howard, pionero en los estudios de la atmósfera, quien señaló la presencia de dicho fenómeno que está convirtiendo a las grandes ciudades en enormes hornos, es decir ciudades que inmersas en grandes cantidades de aire caliente que atrapan a los rayos del sol, van creando una ciudad con un clima muy diferente en relación al resto del territorio.

La presencia del fenómeno de “las islas urbanas de calor” en nuestro país, especialmente en la zona norte, es más notoria en los meses de noviembre a abril, con temperaturas superiores en 0,8 a 1,5 grados centígrados en relación a las temperaturas mínimas de los meses mencionados, alcanzando su mayor magnitud en zonas de intensa urbanización y escasa ventilación natural, esto debido a que los materiales de las superficies urbanas, como son las pistas, paredes, techos de las casas y edificios, tienen un coeficiente de absorción de por lo menos 10 por ciento superior a las superficies verdes (vegetación). A los efectos pasivos ya mencionados (la expansión habitacional y la reducción de áreas verdes) se agregan los factores activos, constituidos por una variedad de fuentes difusas de calentamiento, como el transporte que contribuye con el calor directo de los motores y los gases del tubo de escape; las casas, oficinas, negocios e industrias a través del uso exagerado de sistemas de refrigeración y en algunos casos por los sistemas de aire acondicionado.

En este caso, merece especial atención el boom de la expansión habitacional que vive el país y la reducción de áreas verdes, que contribuyen de manera significativa a la presencia del efecto. No se está contra el crecimiento urbano, pero es necesario reconsiderar los criterios y estrategias de edificación, cambiando los sistemas de construcción, pero sobretodo en la manera de organizar y ordenar las ciudades.

Ya se ha demostrado que el calor artificial producido en un año por diferentes actividades, es del 15 al 20 por ciento de lo que en condiciones normales genera el sol. Si bien puede parecer insignificante, esta contribución es capaz de incrementar por si sola, en casi un grado centígrado la temperatura media de una ciudad. Contribuye además, el típico diseño geométrico de la ciudad, las calles estrechas en relación a la dimensión vertical de los edificios y pistas en mal estado.

Una muestra clara la tenemos, en los días de sol radiante, donde el asfalto y las paredes externas de los edificios alcanzan temperaturas superiores a la ambiental. Esto se explica porque el calor solar almacenado en los edificios, viene luego liberado por irradiación (bajo forma de energía infrarroja) sobrecalentando el aire de la ciudad. Las calles capturan una gran cantidad de radiación solar, atrapada por las numerosas reflexiones múltiples que sufren los rayos solares por parte de las paredes de las casas y edificios con el asfalto de las pistas.
Pero al sobrecalentamiento del clima urbano, se suma también el calor artificial generado en gran parte por la combustión de hidrocarburos, y en menor cantidad por los procesos metabólicos de los propios habitantes (una persona media emite cerca de 2600 kilocalorías por día, que equivale aproximadamente a tres cuartos del calor producido por un kilogramo de petróleo).

La intensidad de las islas urbanas de calor, pueden disminuir si se pudiera tener al interno de la geometría urbana una mayor cantidad de superficies evaporantes (espejos de agua, árboles, amplios parques, etc.). Para limitar la producción de calor artificial, es necesario reducir los gastos innecesarios de calor en casa, reciclando el exceso de calor en las plantas industriales y contener la expansión vertical de las dimensiones de la ciudad. Pero es indudable que  los mejores resultados pueden ser obtenidos a través de la reducción de la energía solar capturada en el área urbana.
La calidad del aire se deteriora con la intensificación de las islas de calor, debido a que las temperaturas elevadas provocan reacciones químicas más veloces, que dan lugar a la producción de una mayor cantidad de smog por unidad de tiempo.

Lo que preocupa, y en esto coincidimos todos los ambientalistas y ecologistas, es que muchos gobiernos esperan que todo se mejore o resuelva a través de los protocolos y convenios que defienden el ambiente. Los documentos en mención no resolverán por sí solo los problemas de contaminación, son solo herramientas a disposición de los gobiernos y que ofrecen alternativas para gestionar las emisiones contaminantes.

Visto que las islas urbanas de calor son un problema climático, debemos estar atentos a cómo reducir su presencia en nuestras ciudades. Algunas de las alternativas viables son: decidirse a orientar las nuevas construcciones de calles, pistas y edificios, en modo que se permita dejar pasar libremente a los vientos dominantes; recomendar que las superficies sean en lo posible de colores claros así la luz solar viene reflejada y el calor es menos.

Dr. Maximiliano Arroyo Ulloa
USAT

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